domingo, 1 de febrero de 2009

El día que mis manos dejaron de gustarme.

Siempre me habían gustado mis manos. Encontraba que reflejaban la fuerza interior que guardaba dentro de mí y que iba sacando en mis gestos, mi mirada, mi forma de vestir, de hablar......supongo que el ser adolescente me hacía así, representaba lo que era dentro.
No es que fueran unas manos grandes, no, pero tampoco diminutas, ni estrechitas que pareciesen que iban a quebrarse. Creo que estaban proporcionadas, ellas mismas en sí y a mi cuerpo. No demasiado anchas, cuadradas, con dedos no largos y tampoco gorditos. Pero con mucha energía que se notaba al hablar, porque las movía continuamente con gestos precisos y con carácter.
Me gustaban mis manos hasta el día que las odié porque no servían.
Decidí arrancármelas desgarradoramente y en cada gota de sangre que perdía iba mi fuerza, mi personalidad.
Una noche con los cascos puestos y la música a un volumen que prácticamente mis oídos no podían soportar, lo volví a notar. Necesitaba moverme al ritmo de los acordes y comenzar a expresar.
Cogí un lienzo, preparé las pinturas, los pinceles, todo con sumo cuidado, un trapo, la trementina, el aceite de linaza y allí estaba también, la paleta donde se mezclarían los colores que darían forma a mis pensamientos, a mis sentimientos. La tomé y coloqué todos los colores ordenándolos cromáticamente. Seguido tomé el pincel más grueso, la primera pincelada que ensuciaría el lienzo sería fuerte, rápida, audaz.
Y no pude, no tenía manos, las había odiado porque pensaba que no me servían y me las arranqué.
De rodillas postrada en el suelo, me movía con la música que me penetraba invadiendo cada milímetro de mi ser. Tenía que expresar, no había otra opción. No era cuestión de querer, de decidir, de desear. No era cuestión de poder o de conseguir. Sólo era cuestión de que no había otra opción, sólo un camino, andarlo o morir.
Saqué del baúl unas hojas de rugoso papel, la caja de metal donde guardaba la pluma, las plumillas y los botes de tinta de colores. Los deposité allí mismo, en el suelo y respiré profundamente. Tomé la pluma y comencé a escribir.
Las manos habían vuelto a mí. Nunca se habían ido, siempre habían estado conmigo, solo que yo las odiaba y no las podía ver.

11 comentarios:

  1. A veces es necesario hibernar.

    Un saludo.

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  2. De seguro te he de aburrir pero creo que tus manos han encontrado algo especialmente para ellas que es el escribir ya que es fenomenal el leerte da un buen sabor de boca...suerte niña...

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  3. A veces no vemos lo que tenemos porque estamos empeñadas en que sean de otra forma"...

    Me encantan tus manos; son tu instrumento para llegar a nosotras ;)

    Un beso!

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  4. Deja el odio y vuelve a quererlas, sino te (y nos) privarás de tu creación.
    Besos

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  5. aveces odiamos lo que somos no por que nos lo hayan dicho si no por que en nuestra mente esta esa idea absurda de que no somos nada. Somos mucho mas de lo que pensamos y querernos a nonosotros mismo es el primer paso a una liberacion, que nos ayude a afrontar cualquier imperfeccion de nuestras vidas.

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  6. Q hariamos sin manos jajajajajajjaja

    Nada de desprenderse de ellas. Un besito niña!!!

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  7. No te desprendas d nada tuyo: ninguna somos perfectas... pero al menos lo intentamos jeje. Y alguien q disfruta escribiendo y dibujando, es lo ultimo d lo q deberia desprenderse.
    Asi q sigue haciendonos disfrutar con ellas
    un besote

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  8. Mira que si hace falta él te las dibuja...

    http://es.youtube.com/watch?v=7zN9vd9WUiA

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  9. Tenemos a veces que darnos un tiempo.
    Muxu

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  10. Las manos, son la tilde de una expresión propia, materia prima de acordes, de obras de arte, de caricias...

    Cuídalas, no dejes que ni tan siquiera tiemblen!

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  11. Qué suerte que te diste cuenta a tiempo!

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